Hace 81 años, los judíos alemanes y austriacos no sabían que dos días después iba a estallar una ola de violencia nazi contra todos ellos, la cual se convertiría en el preludio de la Shoá.
Durante La “Noche de los Cristales Rotos”, (que en realidad fueron tres, del 9 al 12 de noviembre) los nazis asesinaron más de un centenar de judíos, 30.000 fueron detenidos y enviados a campos de concentración, centenares de sinagogas destruidas, incendiadas, vandalizadas, y miles de comercios borrados del mapa entre fuego y saqueos. Tras la barbarie, el gobierno nazi impuso una multa de mil millones de marcos a la comunidad judía de Alemania. Los judíos también fueron obligados a limpiar y reparar los desperfectos y se les prohibió cobrar los seguros por los daños. En su lugar, el gobierno nazi confiscó los pagos de las aseguradoras.
La propaganda del Tercer Reich presentó el crimen antisemita de 9 noviembre como una reacción espontánea del pueblo alemán tras el asesinato en Paris de un diplomático alemán a manos de un joven refugiado judío. A nadie en Alemania le importaba discutir ningún acto del nazismo ni mucho menos intentar analizarlo. El horror organizado estaba instalado desde 1933, y la mayoría de los alemanes estaban muy felices apoyando la persecución, asesinato, violación y encarcelamiento de los judíos. Los que todavía tenían alguna duda, se callaban. Eran tiempos de absoluto silencio, tanto que se lo podía escuchar dentro y especialmente fuera de Alemania.
Mediante cataratas de seudo leyes y decretos, los nazis llevaron a cabo desde 1933 una discriminación y persecución sistemática de los judíos, que llegó a un punto culminante con la “Noche de los Cristales Rotos”.
¿Por qué decimos que fue el punto inicial de la Shoá?.
Por dos motivos: fue un punto de inflexión en la política del régimen, que a partir de entonces aplicaría a la perfección algunos de los postulados de Friedrich Nietzche de su libro Voluntad de poder: “el individuo alemán tiene que aprender a tomarse la causa propia lo bastante en serio como para no ahorrar vidas humanas”.
Y segundo, porque todas las pruebas que el nazismo quiso hacer con el brutal progrom le dieron los resultados que esperaban: ninguna potencia de entonces dijo nada, y por el contrario lo consideraron “un tema interno de Alemania”;no hubo presiones de nadie desde ningún lado. O sea, los nazis comprobaron que tenían luz verde para perseguir hasta el delirio criminal a su chivo expiatorio, los judíos. Muy poco después, los episodios del buque San Luis y otros buques llenos de judíos alemanes y austríacos que querían desembarcar en América Latina escapando de los nazis y que fueron rechazados también en nuestra región, pusieron el broche final para que los planes criminales de Hitler y sus secuaces encontrasen campo fértil y despejado.
Hoy, no ejercemos la memoria sólo para tener adecuadamente presente cómo empezó el tiempo más oscuro del siglo veinte,lo cual siempre debemos hacer, sino también para saber que 81 años después estamos en el tiempo de odio desatado, negación infame y banalización denigrante.
Hace ya varios años que la ola antisemita crece y crece. No es novedad ni en Europa, ni en Estados Unidos, ni en América Latina. Partidos políticos que tienen en sus bases programáticas el racismo hitleriano; académicos y medios de difusión no muy lejanos a las técnicas de Goebbels y de Der Sturmer; sinagogas atacadas y sus asistentes asesinados; judíos agredidos en las calles de las ciudades de Europa y Estados Unidos, y más cerca en Buenos Aires; cementerios desecrados.
La mayoría de los gobiernos enfrentan el flagelo. Ya lo hemos dicho. Pero en la medida que aumenta exponencialmente, parece que con lo que se dice y lo que se hace no alcanza. Más bien, al revés.
La negación infame sigue siendo sostenida por quienes sí ejercen e incitan a ejercer la violencia desde las alturas gubernamentales.
Irán quizás crea que no se recuerde todos estos años de uso de la negación de la Shoá para generar una atmósfera de antisemitismo que a su vez ha creado violencia múltiple sobretodo en Europa. Que no lo haga unos meses no quiere decir nada, porque está en su constante programa de antisemitismo que tanto siguen dictaduras cercanas a los Ayatollas en más de un continente.
La banalización que también avanza desde varios sectores de las sociedades mezcla la ignorancia con la mala fe, las suma y convierte a la banalización en una herramienta de odio y aliento para los que absorben estas formas de violencia con facilidad.
Las comparaciones que se pretenden hacer por parte de intelectuales cuando vomitan expresiones como que Auschwitz está en Gaza, son de una maldad tan rebuscada que es difícil imaginar cuántas medallas podrían recibir de Hitler ante tamaña grosería. ¿Gaza tiene cámaras de gas y hornos crematorios?¿Quien los instaló? ¿Hamas? ¿Gaza es un lugar donde Mengele hace experimentos? ¿Quién los hace? ¿Un seudo médico de Hamas? Porque en Gaza está Hamas, y jugar con esas comparaciones sólo prueba que quienes lo hacen serían capaces, si pudieran, de construir y desarrollar Auschwitz hoy en día.
Los que banalizan deben ser conscientes que cuando hacen comparaciones, se les juzga por lo que dicen. Y si cualquier persona que no le gusta un político porque le parece autoritario o con ideas no democráticas, lo va a comparar sólo diciendo “Hitler”, logrará la peor banalización y el rechazo total por mal intencionado o intencionada, al mezclar lo que debería ser una opinión, con un monstruo .
81 años después continuamos recordando La Noche de los Cristales porque el sonido de los vidrios rotos los seguimos escuchando y el fuego del incendio de las sinagogas sigue latente en quienes incitan al odio antisemita y quienes creen, que al igual que entonces, el silencio los puede liberar de carga y culpa. Los dos,los que rompen vidrios y los que callan,son dignos del rechazo y del repudio.
Por Eduardo Kohn
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Fuente: https://www.radiojai.com/index.php/2019/11/07/29069/81-anos-de-cristales-rotos/