Enlace Judío México e Israel – Hacerse cargo de una familia judía tradicional no le impidió militar clandestinamente contra Torrijos y Noriega. Así ha sido la vida de la panameña Esther Abadi. Conversamos con ella, en exclusiva.
A los ojos de cualquier extraño, Esther Abadi podría parecer una bisabuela judía ortodoxa de Ciudad de Panamá pero, aunque lo es, esa definición haría pasar desapercibido un legado de lucha política, activismo y hasta subversión que hacen de su vida una historia de la que podría escribirse una novela o filmarse una película de intriga.
Casarse a los 17 años y ser madre de tres hijos no le impidió a Abadi forjarse un nombre en la agitada vida política de un país en que ello implicaba numerosos riesgos. Tampoco fue un obstáculo su religiosidad, ni la presión de una comunidad que se mantenía al margen de la militancia política, ni los fundados temores de su esposo. De hecho, según narra en una entrevista exclusiva para Enlace Judío, obtuvo de su religión su fe, su ideología, sus principios y su fuerza; de su comunidad los recursos y de su marido el apoyo que le permitieron sortear los peligros que implicaba oponerse a una dictadura militar
“Mi madre Z”L nació en Panamá, mi padre Z”L nació en Saint Thomas, ciudadano americano, porque Saint Thomas es una posesión americana. Él vino correteando a mi mamá, se casó aquí y vivió 60 años.” Ese vínculo con Estados Unidos se nota decisivo en la biografía de Abadi. También en su pronunciación de un inglés al que recurre constantemente. Sobre su padre, influencia decisiva en su vida, nos cuenta:
“Él fue mi ejemplo y mi guía, la verdad, porque él toda la vida luchó por lo que era justo, por lo que era correcto; por ejemplo, él, siendo americano y trabajando para el gobierno americano, luchó mucho por los derechos de Panamá. Incluso, quienes trabajaban con él lo tidaban de traidor. Cuando los americanos estaban aquí, que tenían sus bases militares, mi papá siempre luchó porque la bandera de Panamá ondeara en la zona del Canal. Él sentía que era lo correcto porque el país era Panamá.”
Se refiere a su padre como un judío no observante que, sin embargo, poseía profundas convicciones y valores: “Yo siempre sentí que mi judaísmo me enseñaba a hacer lo correcto. Y mi papá me decía ‘you have to do what you have to do no matter what it costs you. Remember that you are a Jew. Everything you do, you will be judged as a Jew. So, be sure that what you do brings honor to the name of God ‘.
Yo tenía eso en mi sangre, en mis genes. Y todavía, yo no puedo ver que algo está mal y no tratar de ayudar y de resolver, a todos los niveles: en la familia, en la comunidad, en todos lados. Yo soy así.”
Una ama de casa diferente
“Yo me casé muy joven, a los 17 años. Me fui a Bogotá, después me fui a Caracas. Regresé aquí cuando tenía 23 años y tres hijos. Yo regresé en el ’69 y el golpe de Estado se había dado en el ’68. Cuando estuve en Venezuela no comprendía muy bien lo que era un gobierno militar, la gente decía que Panamá estaba muy bien (…), que regresáramos. Pero apenas llegué, me sentí incómoda con la falta de libertad”.
Abadi, su esposo y sus tres hijos (dos chicos y una chica) volvieron a ese Panamá de 1969, donde ella alternaría su vida como ama de casa y madre de familia judía con actividades políticas clandestinas, que incluían la financiación, participación en marchas y otras actividades de protesta impresión y distribución de panfletos subversivos.
Bajo el régimen de Omar Torrijos, Panamá era un país en el que la democracia estaba cancelada. No había partidos políticos ni prensa libre. Fue por aquella época que Abadi perteneció a un grupo de 16 mujeres denominado “Unidad”. “Imprimíamos material subversivo en mimeógrafos y lo distribuíamos. Y eso lo hicimos por muchos años.”
Luego, el gobierno de Estados Unidos comenzó a negociar con el de Panamá los Tratados Torrijos-Carter, que pretendían devolverle a Panamá la autonomía sobre su Canal pero, al mismo tiempo, le aseguraban a Estados Unidos su control hasta el último día de 1999.
Pero como negociar con una tiranía estaba mal visto, el presidente Jimmy Carter presionó para que en Panamá se transitara hacia una democracia. Era 1977 y así recuerda Abadi aquella época:
“Hubo un poco de apertura democrática, el supuesto ‘veranillo democrático’, así se le decía aquí, y dejaron que los partidos políticos se inscribieran de vuelta, porque los habían anulado. Entonces, yo estaba muy activa. Me puse a mirar todos los partidos que había y me gustó mucho la democracia cristiana, con sus postulados y principios me identifiqué. Me inscribí y pertenecí a ese partido por casi 40 años.”
Fue así que Abadi se integró al Partido Demócrata Cristiano (hoy Partido Popular), donde comenzó la militancia formal, si bien jamás ocupó un puesto directivo dentro del partido ni tuvo aspiraciones políticas. Ahí, se unió a la AFEDEC (Acción Femenina Demócrata Cristiana), cuyas miembros solían reunirse los viernes por la noche. Eso representaba para ella, aunque no era observante en este momento, un impedimento. Le hizo saber al grupo que no podría participar en dichas reuniones, pues coincidían con la entrada del sagrado Shabat que ella celebraba en familia.
Pero era tan apreciada en aquel grupo de mujeres, que prefirieron cambiar el día semanal de su reunión para que ella pudiera asistir. Fue también por aquella época que Abadi participó en la fundación del periódico La Prensa, de cuyo consejo editorial era miembro, y donde ella misma publicaba una página de cocina cada martes, durante muchos años.
Estrangular a la dictadura
El año 1989 fue crucial para la historia panameña, como para la vida política y el activismo de Esther Abadi. A mediados de ese año se celebraron elecciones generales en un país que había sido gobernado por los militares desde aquel golpe de 1968. El general Manuel Antonio Noriega impulsaba la candidatura de Carlos Duque, mientras que la oposición postulaba a Guillermo Endara, como parte de una coalición que incluía al Democrático Cristiano.
La victoria de Endara fue contundente pero Noriega se negó a reconocerla y anuló la elección. No se necesitó mucho más para que Estados Unidos decidiera el futuro de su antiguo aliado, que sería sellado unos meses más tarde.
Esther Abadi cocinaba para Shabat, educaba a sus hijos e imprimía panfletos subversivos. Al último de ellos lo recuerda muy bien. “Era un mensaje de la Cruzada Civilista que decía: ‘ni un centavo más. No compres lotería, no pagues la luz, no pagues impuestos…’. Queríamos estrangular económicamente a la dictadura. Entonces, el mensaje era fuerte. Tenía una bandera de Panamá y una moneda. Yo tengo por ahí el papelito.”
Abadi tenía que recoger 10,000 folletos y distribuirlo una mañana de agosto de 1989, pero lo que ella considera un milagro de Dios hizo que llegara tarde a la imprenta a recogerlo. La historia es un tanto estrambótica: ese día, más tarde, Abadi y una amiga asistirían a un ayuno simbólico en respaldo a Endara, que hacía huelga de hambre porque Noriega le había arrebatado por la mala su triunfo electoral.
Su amiga llegó, pues, esa mañana a casa de Abadi para pedirle que desayunaran juntas antes de tal empresa. Eso la demoró y, en vez de llegar a recoger los panfletos a la hora prevista, llegó algunos minutos más tarde, solo para descubrir que algo extraño había pasado. Lo primero que notó fue la cortina cerrada. Le pareció extraño, pues a esa hora, la imprenta debía de estar abierta.
Luego reparó en los policías de Noriega, que estaban por ahí, en autos de civil, vigilantes. Abadi subió las escaleras que llevaban hacia la parte alta de la imprenta y se hizo la desentendida cuando uno de los policías le gritó. Cuando al fin le dieron alcance y le dijeron que el local estaba cerrado, fingió conmoción. “¡Pero si me tienen que entregar las invitaciones de la boda de mi hijo!”, dijo, y se retiró desconsolada.
Ese día, el local había sido allanado por la policía, que había detenido a varios compañeros de Abadi. También había encontrado los panfletos que ella debía distribuir, y que venían en varios paquetes a su nombre. Por eso, más tarde, llamaron a su casa, y preguntaron por ella, haciéndose pasar por empleados de la imprenta. “Yo no soy esa persona”, les dijo, y supo que había llegado el momento de huir.
Invasión/liberación de Panamá
“Teníamos todos los que estábamos en riesgo una maletita empacada y un lugar dónde escondernos, y un abogado que sabía dónde encontrarnos”, dice Abadi, que se refiere a ella y sus compañeros de lucha, para entonces ya casi todos presos. Ese día, cuando supo que la policía la buscaba, tomó la maleta y se dirigió a un refugio familiar, oculta en el auto de su padre, inspiración y cómplice.
En esa casa permaneció dos semanas. Su abogado le instaba a quedarse ahí más tiempo, a aguantar en lo que el debilitado régimen de Noriega terminaba por caer. Pero con una orden de arresto en su contra por atentar contra la seguridad del estado; sin la certeza de que el dictador sería depuesto, prefirió buscar asilo político en el Fuerte Clayton, donde Estados Unidos tenía una base militar.
Abadi permaneció refugiada en la base de Clayton varias semanas más. Ahí trabó amistad con las esposas de algunos policías de Noriega que estaban encarcelados por haber participado en un intento fallido de subversión contra el dictador poco tiempo antes. Su padre le informó que el rabino de su comunidad había intentado obtener de Noriega un indulto para ella, sin éxito.
Noriega argumentó, con conocimiento de causa, que ella era una influencia muy fuerte en la juventud judía. “Era cierto, pero lo que más les molestaba es que yo era la mayor recudadera de fondos de mi partido”. Porque si bien la comunidad judía se mantenía al margen de la política, sí contribuía económicamente a diversas causas opuestas al régimen.
Finalmente, un avión Hércules de la Fuerza Aérea de Estados Unidos la llevó a Miami, donde la encontró su esposo Rubeny compraron un departamento, pensando que tendrían que mantenerse en el exilio por mucho tiempo. Pero D-os tenía otros planes. Dos meses después, sin embargo, ocurrió lo que se conoce como la Invasión a Panamá, por parte del Ejército de Estados Unidos.
A esa intervención ella la llama “la liberación de Panamá.” Y aclara: “no es que me encanta que invadieran el país y sobre todo la pérdida de tantas vidas pero de no ser así , Noriega estaría ahí todavía”. La invasión resultó en el derrocamiento de Manuel Noriega, en diciembre de 1989, y Abadi y su familia pudieron volver a Panamá.
Poco después, la AFEDEC comenzó a entregar, bianualmente, la medalla “Martita Jaramillo”, a mujeres que se habían destacado por su lucha social y política. “La medalla me la gané yo. La recibí en nombre de mi comunidad, porque, de verdad, era un honor muy grande ser elegida entre tantas mujeres (…) que lucharon —muchos hombres, también—. Gente que dio su vida, gente que perdió todo con la dictadura. La recibí en nombre de mi comunidad, en nombre de todos los héroes anónimos.”
Tras la caída de Noriega, Endara ascendió finalmente al poder, y Abadi comienza a trabajar en el nuevo gobierno como asesora de la primera dama. Durante los años de ese gobierno, trabajó junto a su mentor político, el vicepresidente Ricardo Arias Calderón. En 1994, una nueva elección transparente y democrática le devolvió el poder al PRD, el partido de Noriega. “La gente no aprendió la lección”, lamenta.
“Una tiene que hacer lo que tiene que hacer”
Aunque siguió interesada por los asuntos políticos de su país, Abadi se retiró parcialmente del activismo y, en cambio, decidió perseguir uno de sus sueños añejos: el emprendimiento. Sus hijos, francamente apolíticos, la instaron a abrir esa dulcería que había imaginado por años. Así fundo Ricuras Esther, que operó durante los 20 años en que, más o menos, se mantuvo alejada de la política.
El negocio prosperó y, finalmente, decayó. También lo hizo su conexión ideológica con el Demócrata Cristiano, que vivía un cambio generacional. En los últimos años, “me puse a mirar a Ricardo Lombana, que fue candidato independiente (…). Él se lanzó como candidato independiente en la última elección.”
Pero como ocurre en México, las candidaturas independientes en Panamá enfrentan demasiados obstáculos, así que Lombana, que llegó en tercer lugar, decidió formar un partido político, al que Abadi no dudó en integrarse, pese a la oposición de sus hijos, porque “creo que una tiene que hacer lo que tiene que hacer.”
Narra, entusiasmada, que “acabamos de recibir, el 22 de mayo, los documentos de que oficialmente somos ya un partido político, que se llama Movimiento Otro Camino. Estoy muy contenta, estoy muy animada. Tengo fe de que él (Lombana) va a poder hacer las cosas diferente y mejor. Tenemos muchos años de gobiernos corruptos que han saqueado al país y han acabado con su institucionalidad”.
Sobre su relación con Lombana, dice que tiene “mucho que enseñarle, tengo mucha experiencia. Yo estuve muy cerca del gran líder de la democracia panameña, Ricardo Arias Calderón, y aprendí mucho de él. Entonces, trato de transmitirle a Ricardo y a este grupo de gente, que son bastante jóvenes”, ese conocimiento.
A sus hijos, que insisten en verla como una bisabuela judía que celebra Shabat, les dice: “si ustedes no entienden mi necesidad de hacer algo ahora, ustedes no entienden nada de mi vida. Porque si yo ahora no hago algo para salvar a este país, es como que yo no hice nada allá, en los años 70 y 80″.
Mucho ha cambiado Panamá desde el golpe militar de 1968, pero no todos esos cambios han sido positivos. “No tenemos dictadura pero no tenemos justicia, la democracia está en juego, la corrupción está peor que nunca y yo no puedo sentarme y mirar el país así. Yo tengo que aportar algo, mi granito de arena, lo que pueda aportar. Yo, obviamente, no soy la persona que va a salvar la patria, pero si cada uno aporta algo, algo vamos a hacer juntos.”
Abadi no aceptó ningún puesto formal dentro del partido naciente. Se considera, sin embargo, una consejera de Lombana y, sobre todo, ayuda a recaudar dinero para su causa. Dice que eso es lo que mejor sabe hacer, y comparte con nosotros que, en unos días, asistirá junto con Lombana a una cena con la comunidad china de Panamá, donde pretende recaudar el dinero que el partido necesita para arrancar como partido.
Abadi asistirá a la cena pero no comerá nada, “yo no como lo que no sea kosher y la gente me respeta”, nos dice antes de despedirse, sonriente y convencida de que ser judía, madre, abuela y bisabuela, esposa y cocinera, no tiene por qué impedirle, además, luchar por la construcción de un país más justo y libre de corrupción.
“Si D-os me ha regalado vida, salud y fuerza y me ha colocado en este país, en estas circunstancias, es porque Él espera que yo haga lo que pueda y de lo mejor de mí”.
Finalmente, “you have to do what you have to do.”
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Fuente: https://www.enlacejudio.com/2022/07/28/bisabuela-ortodoxa-y-militante-clandestina-conoce-a-la-asombrosa-esther-abadi/