por Semanario Hebreo Jai / Publicado el 29 de Octubre de 2020 a las 10:25
Por Baruch Tenenbaum
Fundador de la Fundación Raoul Wallenberg
El 28 de octubre de 1965, hace exactamente 55 años, durante el Papado de Paulo VI, el Segundo Concilio del Vaticano promulgaba la llamada «Declaración sobre las relaciones entre la Iglesia y las religiones no cristianas», una versión ampliada de Nostra Aetate («en nuestro tiempo»), concebida por el Papa Juan XXIII (Angelo Roncalli), quien convocó dicho Concilio en octubre de 1962.
Nostra Aetate represento una revolución en las relaciones entre la Iglesia Católica y las demás religiones, muy especialmente con el judaísmo, al originar un profundo cambio en la actitud católica hacia los judíos.
A partir de dicha proclamación, la Iglesia Católica reconoce la verdad de otras religiones y exhorta a la creación a un diálogo fraternal entre los creyentes de diversos credos. Una de las partes más significativas de Nostra Aetate repudia la doctrina impartida por la Iglesia durante siglos, tristemente conocida como «La Enseñanza del Desprecio», según la cual el Catolicismo consideraba a todos los judíos culpables por la muerte de Jesús, y explicaba que ese era el motivo por el que Dios rechazó a este antiguo pueblo. Estas enseñanzas a lo largo de los siglos crearon un campo fértil para la Inquisición, los pogroms y los guetos.
Para muchos historiadores, Nostra Aetate nació en las mentes de líderes eclesiasticos, muy especialmente Angelo Roncalli, tras la tragedia del Holocausto.
Eventualmente, la Declaración repudió «La Enseñanza del Desprecio», recalcando que los judíos no debían ser colectivamente acusados como los asesinos de Jesús. Más aún, Nostra Aetate realza las raíces comunes del Cristianismo y del Judaísmo y por ende, la necesidad de crear un diálogo fructífero entre ambos credos. Esto conllevó una serie de cambios concretos, incluyendo en la liturgia, como la supresión del término «judíos pérfidos» en la Plegaria del Buen Viernes.
Años después, el Papa Juan Pablo II profundizó los principios de Nostra Aetate, visitando sinagogas y sitios del Holocausto. Más aún, dicho Pontífice recalcó que «los Cristianos no deben ver al antisemitismo solo como algo inaceptable, sino como un pecado».
Claramente, el Papa Juan Pablo II hizo suya la doctrina del Papa Juan XXIII, quien en 1962 redactó el Decreto sobre los Judíos, documentó que reconoció «las injusticias cometidas contra los Judíos en el pasado y en el presente», añadiendo que «quienquiera que deteste o persiga a este pueblo, lastima a la Iglesia Católica».
La contribución de Juan XXIII (justamente llamado El Papa Bueno) para remendar los lazos entre cristianos y judíos es inconmesurable. Su actitud reconciliadora comenzó mucho antes de su Papado. En realidad, sus acciones no son muy conocidas. Como Delegado Apostólico en Estambul, durante el Holocausto, desempeñó un rol clave en el salvataje de judíos.
Mantuvo lazos estrechos con el liderazgo judío de la comunidad instalada en la Palestina del Mandato Británico, principalmente con Jaim Barlas, y a través de dichos contactos despachó «Certificados de Inmigración a Palestina» y Certificados de Bautismo» a los judíos perseguidos en Europa oriental. Asimismo, intercedió a favor de los judíos de Bulgaria y de Eslovaquia e informó periódicamente a sus superiores en el Vaticano acerca de la trágica situación de los judíos perseguidos por el nazismo.
En el año 2011, nuestra ONG, la Fundación Raoul Wallenberg, redactó un voluminoso estudio sobre las acciones de Roncalli y las entregó a Yad Vashem, la Autoridad de Investigación y Recoración del Holocausto de Israel, con la recomendación de proclamarlo como Justo entre las Naciones. Lamentablemente, dicha gestión no rindió frutos por ahora.
Años atrás, el ex-ministro de Absorción de Israel, Yair Tsaban, me reveló otro aspecto desconocido de la acción de Roncalli. En su juventud, Tsaban se desempeñaba como secretario privado del Doctor Moshe Sneh, uno de los líderes comunitarios del pre-Estado de Israel. Sus superiores le encomendaron la demandante tarea de reunirse con el Secretario de Estado del Vaticano, Domenico Tardini, con el objetivo de persuadirles que la Iglesia no interfiera en la voluntad de los países de Latinoamérica (predominantemente católicos y bajo gran influencia del Vaticano) de votar a favor de la Resolución 181 de la ONU, sobre la Partición de Palestina, lo que pavimentaría el camino hacia la creación del Estado Judío.
Sneh relato que logró la audiencia con Tardini gracias a Angelo Roncalli quien incluso viajó especialmente a Roma para interiorizarse del encuentro.
Eventualmente, la gestión de Sneh fue exitosa, ya que la mayoría de los países de América Latina votaron a favor de la partición.
No cabe duda que el Papa Juan XXIII tuvo un rol primordial en la creación de puentes de fraternidad y entendimiento entre cristianos y judíos, una línea que fue seguida por otros Pontífices, como el Papa Paulo VI, el Papa Juan Pablo II y el Papa Francisco.
En el 55 aniversario de Nostra Aetate, recuerdo a Angelo Roncalli como un gran héroe que salvó vidas inocentes en la Shoa y que después, como Papa, cimentó una nueva era en las relaciones entre las dos religiones hermanas.