Por Isaac (Isi) Schlosser – Ene 4, 2020
Diario Judío México – Hoy llegó el día de ir a donde mi zeide, hace 75 años, tuvo la fortuna de salir vivo después de estar 22 meses en un infierno, donde si hablaba o contestaba, lo mataban: Auschwitz-Birkenau.
Viajé dentro de mi programa de ajshará con otros 40 compañeros y mi madrij manu.
Primero, al llegar a auschwitz1, manu nos dijo que él tenía una forma especial de entrar ahí de forma que se honrara a los asesinados y los sobrevivientes, y que yo tendría que darle un valor especial. No sabía cómo entrar, ni si quería… donde algún día forzaron a mi abuelo, bisabuelos y tatarabuelos (y todas sus familias) a entrar a estos campos de la muerte y verdadero infierno.
No había razón alguna, simplemente eran judíos y vivían, ese era su problema.
Entonces pensé que yo, nieto de un sobreviviente, tenía que entrar no para sentir lo que sintió él, sino para poder pararme allí, escuchando historia por historia que nos decían, y yo decir: mi zeide estuvo aquí. Y hoy yo estoy en su honor para decir que él sobrevivió, estuvo aquí cuando se llevaban a la persona de al lado a la cámara de gas, cuando el de frente a él osaba contestar y lo mataban ahí mismo, frente a él.
Salí de auschwitz1 con un sentimiento de enojo y horror, pero hasta eso, había edificios y no se veía mal.
Caminé al camión y un rato después llegamos a Birkenau, era otro lugar… 1.5 km de ancho de miedo y muerte.
Entramos a una barraca donde mi zeide estuvo los primeros 15 minutos de cuando llegó ahí, era la barraca de cuarentena donde los revisaban para ver su nivel de salud, si estaban enfermos.
En ese momento todos se empezaron a sentar y en mi mente lo único que yo veía era la imagen de hace 70 años, a mis antepasados que no tenían la opción de estar parados o sentados por gusto, sino por necesidad, en donde se derramó su sangre y los asesinaron. Yo no pude sentarme ahí, donde mi zeide estuvo esperando a ver si lo mataban o vivía.
Seguimos caminando y veía una atrocidad de lugar, subcampo más subcampo, barraca más barraca, había un punto de donde no veía el final del campo y me tuve que ubicar con los árboles sin hojas, los árboles delgados donde los judíos intentaban esconderse y escapar.
Vimos un vagón y me contaron la historia de unos tefilim, pero lo único que pude pensar era si en ese vagón iba mi zeide junto con otras 100 personas, preguntándose sobre su paradero, teniendo que hacer sus necesidades básicas en sus mismos pantalones al lado de toda la gente, que en ese vagón llegaba, bajaba y le decían “left, right, left, right” y donde por el simple hecho de irse a la izquierda no murió en ese instante.
Caminamos hasta un lugar donde se veían ladrillos caídos y un edificio destruido, no entendía qué era a primera vista. Mi zeide alguna vez me había platicado que estando a 1 milla de distancia no se veía ni se escuchaba nada sobre las cámaras de gas, y por eso pensé que quizás las cámaras de gas estaban detrás de ese bosque.
Era una gran cámara de gas donde cabían 2,000 personas y les hacían creer que ahí los desinfectarían.
De los 1.1 millones de personas que asesinaron ahí sólo 2 no murieron en ese instante.
Para este momento, manu mi madrij me pidió contar la historia que vive en mí, la historia de mi zeide. La voz me temblaba al hablar, al acabarla me quedé con ganas de decir más y más cosas de él, una persona fuerte que ha sobrevivido a todo y que a sus 95 años puede hablar conmigo.
Manu puso una canción que significó mucho para mí, “…shmá israel elohay atá hakol yajol…” Pensé en el pueblo judío, cómo parado frente a una cámara de gas podía cantar y decir: aquí seguimos.
Después de lágrimas, empezaron a recitar el shemá Israel, yo me alejé. No me uní porque mi zeide no rezaba adentro de ese infierno, él me dijo que sólo había rezado 2 veces: la primera vez el kadish frente a un muerto y la segunda cuando llegaron los americanos a liberarlos y al preguntarles lo que necesitaban, los sobrevivientes pidieron decir el kadish e izkor con ellos, así que mandaron llamar a los soldados judíos que estaban ahí, les dieron talit y empezaron a rezar juntos.
Es por eso que lo único que yo quería decir era el kadish en nombre de mi zeide que quedó vivo aquí y salió vivo de aquí.
En ese momento, me entró la videollamada de la cuidadora de mi zeide desde san diego, cal, y empecé a hablar con él. ¿Le dije “reconoces este lugar?” Y me contesta: no, ¿es Auschwitz? Le digo que estoy parado frente a las ruinas de la cámara de gas, que yo estoy aquí parado en su nombre y porque él fue capaz de sobrevivir a ese infierno es que yo estaba ahí. Él me repetía que había sido el infierno y yo le contestaba que salió vivo de ahí.
Le dije que en ese momento estaban diciendo el shema Israel y que yo no lo estaba diciendo porque él no lo había dicho, esa era la única razón. Que yo sólo diría el kadish en su nombre.
Mi zeide me contestó “gracias por acordarte de todo lo que te cuento, porque la mayoría no lo recuerda”, a lo que le respondí que cómo podía creer que no me acordaría de la historia de mi zeide que estuvo en la shoa. Me dio las gracias por marcarle y hablar con él porque muchos nietos se olvidan de sus abuelos.
Entonces le dije que le iba a dedicar un kadish y que lo escuchara y sintieran que estaban juntos en ese momento. Así, me uní al grupo y empezamos a cantar el hatikva, le dije que no hablara ni preguntara, que sólo escuchara, se lo dedicaba a él.
En la llamada veía a mi zeide con lágrimas de emoción en sus ojos e intentando cantar el Hatikva, y con mucho esfuerzo, cantó conmigo.
Nada, pues empecé a llorar yo también de la emoción de ver a mi zeide de 95 años cantando el himno de la tierra y el pueblo de Israel. Inmediatamente después, manu empezó a decir el kadish en su nombre y le dije a mi zeide. Él lo intentaba repetir diciendo cada parte, como el mismo día que lo liberaron. Lloramos. Lo único que me dijo fue “gracias, porque nunca imaginé que mi nieto estaría en ese lugar honrándome a mí y a tantos”, y yo no podía con la emoción de enseñarle que yo y un grupo de jóvenes cantamos y dijimos kadish con él. Yo sólo le repetía que “tu nieto está aquí”, que lo quería y estaba parado ahí, y él me repetía que nunca imaginó ese momento, y que gracias.
Me quedé sin palabras. Sólo le dije que lo quería y que gracias por haberme contado sobre él, sobre su historia, por haberme hecho ver las cosas porque ahora que estaba ahí podía entender lo que les hicieron y vivieron.
Seguí hablando con él mientras caminaba hacia la salida, le pregunté si veía a través de mi celular los rieles del ferrocarril, el vagón a lo lejos, y cómo era vivir con eso.
Mi amigo José Ganón me vio y me abrazó acompañándome hacia la salida. Le fui contando lo que me decía mi zeide y seguía llorando y llorando.
Me pregunto, ¿qué es llorar? ¿Un sentimiento? ¿Una lástima? Definitivamente era un sentimiento de emoción por mi zeide y su vida y haber podido compartir con él esos momentos tan valiosos.
Después de llorar unos minutos en el hombro de mi amigo, decidí tomar una piedra grande y bonita y ponerla en la entrada del campo, repitiendo: ¡aquí seguimos!
Recé una última vez el kadish acompañado por mi madrij y salí de ese lugar. Ahí, por donde mi zeide salió en un día de invierno como hoy, hacia la marcha de la muerte rumbo a su futuro… y yo, a encender la primera vela de Janucá.
Escrito por
Isaac (Isi) Schlosser
Fuente: https://diariojudio.com/ticker/reflexion-desde-auschwitz-nieto-de-sobreviviente/317414/