Por Ana Jerozolimski / Publicado el 18 de Marzo de 2020
Es tan pequeño y tan amenazante. Ni lo vemos pero lo sentimos por doquier. El virus Corona ya ha cambiado el mundo en el que vivimos y los informes sobre la reducción en la contaminación ambiental realmente no pueden consolarnos cuando no podemos abrazar a nuestros hijos-o ni verlos si no viven en casa-, ni disfrutar de nuestros nietos más que por fotos y videos que nos llegan al celular. Tal como escribió y cantó Jorge Drexler, “no se toca el corazón solamente con la mano”, pero nos cuesta no poder extenderla para tocar a un ser querido.
Podemos sumirnos en la angustia. Podemos desesperar. El hombre, en definitiva, es un ser social. Y el judío vive en comunidad. Y no es fácil tener que aislarse. Pero no es momento para ello. Justamente ahora, no podemos permitírnoslo. No podemos decaer. Este es el momento en que más necesitamos de nuestras fuerzas emocionales, de la entereza de espíritu, para salir adelante.
La sociedad está demostrando que tiene esas fuerzas. A nivel nacional y a nivel comunitario surgen iniciativas de voluntariado, confirmando que muchos comprenden que no podemos vivir mirando sólo nuestro propio bien. O mejor dicho, que nuestro propio bien depende de nuestra inserción en una sociedad en la que cada uno sabe también pensar en el semejante.
Pueden ser las expresiones coloridas y originales desde los balcones en Italia, la imitación israelí de las mismas, los aplausos de hace unos días en Bulevar España y Tomás Diago en Montevideo, desde los balcones, agradeciendo al personal médico en los hospitales, los anunciados para este jueves a las 10 de la noche en todo Israel, y los que se dan en distintos lados de Europa. O las banderas de Italia primero y de España después, que iluminaron el edificio de la Municipalidad de Tel Aviv en solidaridad con ambos países, que lidian con una situación terrible que todos los países del mundo esperan no lleguen a verse en sus propias ciudades.
Es tiempo de solidaridad. De saber expresar amor también a la distancia. De pensar cómo poder ayudar a quienes están solos, y ahora más aún.
Israel se llena, como siempre en situaciones de emergencia-aunque ninguna como ésta que nosotros recordemos-de iniciativas solidarias. Para llevar comida. Para dar clases online a fin de proporcionar a la gente herramientas para lidiar con la situación, o simplemente para entretenerla. Para hablar con quienes necesitan oír a alguien. No tiene fin. Niños grandecitos que ofrecen acompañar a otros más pequeños a los que ni conocen, si los padres aún están saliendo a trabajar mientras ellos no tienen clase. De todo…producto del singular corazón que palpita en Israel.
Y en los hospitales, donde la situación ni se acerca aún –ojalá no suceda- a lo que se está viviendo en Italia o España, el personal médico trabajando casi sin horarios, abocado a lo suyo, que no es trabajo sino misión. Aunque sus niños estén en casa. Y allí están, como siempre, pero ahora no podemos olvidar mencionarlo, los médicos y enfermeros judíos y árabes, juntos, poniendo el hombro, sin pensar en la identidad del paciente de turno.
Esta crisis no llegó en buen momento para nadie, en ninguna parte del mundo. Una pandemia que ya ha cobrado la vida de más de 8.000 personas en el planeta, claro que nunca puede llegar bien. Pero en la situación puntual de Israel, con una seria crisis política de fondo, hay no pocos problemas agregados. Creemos que el Primer Ministro Netanyahu está manejando bien la situación, aunque hay cosas para corregir. Pero cuando de fondo hay un terreno fértil para acusarle de que cada decisión que toma es por consideraciones políticas que le convienen, debido al conflicto político de fondo, es problemático. A nuestro criterio, ambas partes aquí-Netanyahu y su adversario Beni Gantz- tienen que ceder en algo y hallar urgentemente la forma de que Israel tenga un gobierno estable y de común acuerdo, porque no se puede lidiar con el Corona efectivamente en esta situación.
En estos días pensamos también muchas veces en el flamante Presidente de la República Luis Lacalle Pou. Sabemos muy de cerca de su fortísimo deseo por aportar al país, por mejorar lo que considera requiere arreglos, por hacer de Uruguay el mejor lugar posible para la ciudadanía toda, cualquiera haya sido su voto en las urnas. Y llega esta crisis, apenas asume, y se ve obligado a lidiar con un desafío que es nada más ni nada menos que entre vida y muerte.
Gran peso tiene sobre sus hombros en este momento. Es hora de apoyarlo. No de prometer votarlo dentro de 5 años, pero de transmitirle la confianza de la ciudadanía. Puede que haya habido errores, sí, en el manejo de los tiempos al principio de la crisis, aunque es muy fácil criticar cuando ya sabemos la envergadura de la situación. Ahora, hay que empujar hacia adelante.
Lo central es recordar que el Estado no puede resolver la crisis ni matar al virus. Depende sólo de la población, de la responsabilidad ciudadana, aislarse de modo que no tenga dónde reproducirse. Es como una de esas frases que circulan estos días por las redes, que no sabemos quién la escribió, pero es ilustrativa, atribuida a un niño de corta edad: “El virus vino pero como no vio nadie en las calles durante 14 días, al final se fue”.
Cuidémonos sin decaer. Aprovechemos la tranquilidad de la casa, el no tener que andar corriendo contra el tiempo, para valorar lo esencial. Aún los que siempre consideramos que damos valor a lo realmente importante, tenemos lo que aprender al comprobar que eso de que todos somos iguales, que las diferencias las crean los humanos con sus prejuicios y actitudes, es muy cierto cuando llega un virus que no sabe ni de qué color somos, ni en qué dios creemos, cuánto ganamos o dónde vivimos.
Cuidémonos. Y que tengamos salud.
Ana Jerozolimski
Directora Semanario Hebreo Jai
(18 de Marzo de 2020)