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Por Eduardo Kohn
Durante dos semanas en agosto de 1936, el nazismo camufló su antisemitismo, las leyes raciales contra los judíos vigentes desde 1935, los carteles en los tranvías, comercios, bancos de las plazas, etc. donde decía “prohibido para judíos”, escondió la existencia de los campos de concentración lleno de prisioneros desde hacía 3 años, y disfrutó de ser la sede de los Juegos Olímpicos. En 1931, el Comité Olímpico Internacional había elegido a Berlín como sede de las Olimpíadas de 1936. Dos años después, cuando Hitler llegó al poder, el COI no se inmutó. En los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Suecia, Checoslovaquia y los Países Bajos surgieron movimientos para boicotear las Olimpíadas. Pero, una vez que la Unión de Atletas Amateurs de los Estados Unidos votó por la participación en diciembre de 1935, todos, empezando por el COI acataron.
El 1 de agosto de 1936, Hitler inauguró los Juegos. Cuarenta y nueve delegaciones de atletas de todo el mundo compitieron en las Olimpíadas de Berlín, más que antes en cualquier otra Olimpíada. Dos días después de finalizadas las Olimpíadas, el capitán Wolfgang Fürstner, director de la Villa Olímpica, se suicidó luego de que fuera dado de baja del servicio militar alemán, debido a su ascendencia judía. Avery Brundage, que era presidente del Comité Olímpico de Estados Unidos, calificó el plan de boicot de “conspiración judeo-comunista”. Fue tan loable su declaración que tuvo el privilegio de ser el inmoral antisemita que presidió el COI desde ese momento hasta 1972.
Las Olimpíadas de 1936 comenzaron a manchar de sangre y vergüenza el deporte como nunca antes, le dieron medalla de oro al nazismo y sentaron las bases de su conducta de ahí en más incluyendo el presente.
En 1972, el COI le dio otra vez a Munich la sede de las Olimpíadas. Al COI lo seguía presidiendo el racista norteamericano Brundage. A las 4.30 de la madrugada del 5 de setiembre del 72, ocho terroristas palestinos se infiltraron en la Villa Olímpica y buscaron las habitaciones de la delegación israelí. El entrenador del equipo de lucha libre, Moshé Weinberg fue la primera víctima al ser acribillado por un atacante que escondía en su bolsa granadas y un fusil AK47.El comando del grupo creado por la Organización para la Liberación de Palestina de Yasser Arafat mantuvo a los deportistas israelíes como rehenes. Exigieron la liberación de 234 presos árabes y de dos terroristas alemanes, Andreas Baader y Ulrike Meinhof, encarcelados en Alemania. La jefa de Gobierno israelí, Golda Meir, rechazó negociar un canje. “No se preocupen. Nosotros liberaremos a los rehenes”, le comunicaron las autoridades alemanas evitando cualquier acción israelí. Pero la operación de rescate en el aeropuerto fracasó estrepitosamente. Fueron asesinados todos los atletas israelíes y un policía alemán. 5 de los ocho terroristas fueron abatidos. Los tres terroristas detenidos fueron liberados por el gobierno alemán 53 días más tarde en un canje a raíz del secuestro de un vuelo de Lufthansa a cargo también de Septiembre Negro. El COI y Brundage no quisieron escuchar nada de suspender los Juegos ante la barbarie y decidieron proseguirlos. El COI volvía a manchar de sangre el deporte, Brundage volvía a mostrar su antisemitismo, el mundo su complicidad, y esta vez, el terrorismo ganaba una medalla de oro. Y qué decir de la liberación de tres asesinos por parte de los alemanes menos de dos meses después.
En este mes de febrero de 2022 el COI vuelve a ser el centro de una decisión inmoral. Hace pocos días en uno de sus editoriales en el Miami Herald y replicado en varios medios de América Latina, el periodista Andrés Oppenheimer escribió textualmente:” Si hubiera una medalla de oro olímpica para la cobardía, debería ser dada al Comité Olímpico Internacional por ignorar totalmente – en contra de su propio reglamento – el tema de los abusos a los derechos humanos en China durante los Juegos Olímpicos de Invierno que se realizan en Beijing. La medalla de plata debería ir para el Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, que asistió a los juegos de Beijing a pesar de que varias de las democracias más grandes del mundo y cientos de grupos de derechos humanos le pidieron que se quedara en casa. Y la medalla de bronce por desprecio a los derechos humanos debería ir para los jefes de estado de Rusia, Argentina, Ecuador y otros quince países que asistieron a la ceremonia inaugural, desafiando el boicot diplomático de las principales democracias del mundo. El presidente de Estados Unidos, y los jefes de Estado de Canadá, Reino Unido, Dinamarca y Japón, entre otros, decidieron no ir a Beijing, aunque permitieron que los atletas de sus países vayan y compitan. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, dijo refiriéndose al encierro masivo, el trabajo forzado y otras formas de represión de millones de uigures en Xinjiang, que está teniendo lugar un “genocidio y crímenes de lesa humanidad” en China. El COI tiene una larga tradición de desprecio por los derechos humanos, a pesar de que sus propios reglamentos, según su página de internet, estipulan que “en todo momento, el COI reconoce y defiende los derechos humanos.” Oppenheimer tiene razón: el COI ha escrito mucha historia sobre el desprecio por los derechos humanos.
Y hoy ha encontrado un socio. Antes de los Juegos de Beijing, la Oficina de la Alta Comisionada para DDHH de la ONU debía publicar un lapidario informe sobre el genocidio que China está perpetrando contra los uigures. Pero la presión y la amoralidad pagan. La oficina de Bachelet ha dicho que el informe no está pronto, y que será emitido después de los Juegos.
Las medallas de las que escribe Oppenheimer deberían tener un destinatario más, pero no a la cobardía como él las calificó sino a la complicidad con el ocultamiento de horrendas violaciones a los derechos humanos sólo por ser permeables al peso de las grandes potencias. El espíritu racista y antisemita de 1936 y de 1972, lo reiteró el COI en 2022. Ahora con socios: las dictaduras que la ONU deja sentar en su Consejo de DDHH. La historia no suele repetirse sino replicar hechos de acuerdo con los tiempos. Los odios de 1936 son los lodos en los que los medallistas denunciados por Oppenheimer chapotean hoy en día.
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